Una gran agonía invade día a día a nuestro querido poeta. Quisiera parar el tiempo, aunque sólo fueran unas horas, para poder plasmar en un papel todas esas ideas guardadas durante años y años, y encontrar la paz. Pero, queridos amigos, no todos los cuentos son fantásticos y nuestro poeta no tiene ninguna máquina del tiempo, aunque a menudo sueñe con ella en esas pequeñas horas en las que el deber descansa y podemos cumplir nuestros sueños, hasta que el trágico despertador nos devuelve a la realidad. ¡Oh maldito despertador! Fatídico despertador que nos anuncia que volvimos a perder otro día y nuestros sueños empequeñecen más y más. Pero nadie repara en eso. Solo nuestro poeta se despierta día tras día, derrotado por el cansancio de luchar y luchar contra el tiempo mientras que su hijo refunfuña por el mal despertar de su padre, sin entender, que los adultos, aunque muchas veces lo nieguen, también tienen sus sueños e ilusiones irrealizables, absurdas incluso, pero que esconden por ese gran miedo a lo que puedan decir.
Pobre poeta, además de estar atrapado entre el tiempo y el deber, busca siempre buenas palabras de los demás. Pero nadie puede ser perfecto, y aunque los demás no le encuentren defectos, tiene el mayor defecto del mundo: no ser él mismo, no hacer lo que él quiere. Ya que solo vivimos una vez, y sería una pena desperdiciar nuestra vida en contentar a los demás sin valorar lo que nuestro corazón realmente siente.